William Harvey y la circulación mayor

Nació en Folkestone, al sudeste de Londres, en 1578. Era el mayor de 7 hijos de una familia de mercaderes y propietarios de tierras. Estudió en el bachillerato de artes en el colegio Caius de Cambridge y medicina en la Universidad de Padua. Su casamiento con Elizabeth, hija de Lancelot Browne, le allanó la carrera, ya que el mismo era médico de la corte real. En rápida sucesión ocupó diversos puestos entre los más encumbrados. Fue uno de los médicos más afamados de su tiempo, y el médico personal de Jacobo I y luego de Carlos I, hasta que la revolución de Cromwell decapitó a este último. Harvey fue dejado en paz, pero no significa que la lograra.

En un ambiente que bullía de ideas y donde la autoridad de Galeno, 1400 años después de su existencia comenzaba a desmoronarse, Harvey tuvo la intuición genial de comprender que la sangre circulaba. Ya Cesalpino, como vimos en la entrega anterior, había acuñado el término “circulación” al referirse a la sangre, pero fue Harvey quien demostró en forma inequívoca su existencia. Al comprimir arterias y venas del antebrazo con una fuerte ligadura, la parte distal a la misma palidecía. Pero si aflojaba un poco la presión, la sangre circulaba por las arterias pero el miembro ligado se congestionaba, porque el retorno por las venas seguía impedido. Esto implicaba que la sangre pasaba de arterias a venas. Para poder comprender mejor la fisiología cardíaca y la circulación sanguínea, y teniendo en cuenta que en los animales de sangre caliente el movimiento del corazón es muy rápido, desarrolló sus estudios en animales de sangre fría (sapos, peces, serpientes)o en perros exanguinados casi hasta la muerte, para tener tiempo suficiente de observar, medir y pensar.

Si, como decía Galeno, la sangre se formaba continuamente en el hígado a partir de la comida, y llevada por las venas llegaba a todos los órganos para alimentarlos, un simple cálculo le bastó a Harvey para demostrar el error: considerando que en cada latido el corazón expulsaba 2 onzas (poco más de 56 gramos) de sangre, 72 latidos por minuto y 60 minutos en una hora llevaban a considerar 8.640 onzas expulsadas en ese período: una cantidad inconcebible de 540 libras, en nuestro sistema 245 kilogramos! Era imposible que esa cantidad de sangre fuera generada, la sangre debía circular. Y era el corazón el que funcionaba como una bomba, impulsando la sangre hacia la periferia y recibiéndola en su regreso desde la misma. En este sistema, las válvulas venosas que había descripto Fabrizio adquirían otro significado: ya no eran esclusas que hacían que la sangre se detuviera a intervalos regulares para asegurar la nutrición de cada parte del cuerpo: eran impedimentos para evitar que la sangre refluyera en vez de retornar al corazón.

La obra que desarrollaba sus hallazgos, Exercitatio Anatómica De Motu Cordis et Sanguinis in Animalibus, apareció en 1628. Y aunque parezca mentira, los galenistas no se rindieron. Afirmaron que los cálculos de Harvey no eran razón suficiente, que tal vez no toda la sangre que se formaba en el hígado llegaba al corazón, o que el calor que generaba el corazón al latir hacía que la sangre se tornara más espumosa y se expandiera, de manera que no era en realidad tanta la que se formaba. Una explicación contradecía a la siguiente, los argumentos galenistas se refutaban entre sí.

Ahora bien, tampoco Harvey dio con la razón última de la circulación, ni su sentido. Al no tener claro lo que sucedía en los pulmones, al carecer de una teoría de la respiración, su Fisiología debió recurrir, igual que la de Galeno, a los espíritus. Decía Harvey: “Con toda probabilidad, lo que sucede en el cuerpo es que todas las partes son alimentadas, cuidadas y aceleradas mediante la sangre, que es caliente, perfecta, vaporosa, llena de espíritus y, por decirlo así, nutritiva; en dichas partes del cuerpo se refrigera, se coagula, y al quedarse estéril vuelve desde allí al corazón… con el fin de recuperar su perfección, y allí de nuevo se funde mediante el calor natural, adquiriendo potencia y vehemencia, y desde allí se difunde otra vez por todo el cuerpo, cargada de espíritus. Por lo tanto el corazón es el principio de la vida, el sol del microcosmos….por cuya virtud y pulsación la sangre se mueve de manera perfecta, es convertida en vegetal y queda protegida de corromperse y supurar…” Este pensamiento desgarrado entre lo racional y lo mágico se manifestó también en algunas de sus otras actividades. Fue Harvey uno de los encargados por el rey Jacobo I de detectar a las verdaderas brujas entre las acusadas de serlo, y algunos documentos lo reflejan en dicha tarea. Podemos entender que era racional hasta donde podía, más que la mayoría de sus contemporáneos, pero incapaz de sustraerse por completo al ambiente que lo rodeaba.

Pasó sus últimos años aquejado por la gota, que le produjo dolores tan intensos que hasta se mencionan intentos de suicidio. Murió en 1657. Su revolución conceptual se completó cuando Malpighi descubrió los capilares, la prueba de la vinculación entre arterias y venas, y muchas de las preguntas que generó y no respondió (¿para qué la sangre pasaba por los pulmones y dónde se formaba, qué función cumplía el hígado, para qué la circulación?) comenzaron a ser respondidas en las décadas siguientes.

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Jorge Thierer

Fuentes consultadas

L. Moledo, N. Olszevicki. Historia de las ideas científicas. De Tales de Mileto a la máquina de Dios. Buenos Aires, Editorial Planeta, 2014.

L. M. Magner. A History of Medicine. Taylor & Francis Group 2005.

N. Witkowski. Una historia sentimental de las ciencias. Buenos Aires, Editorial Siglo XXI, 2007.

 

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