Galeno, el médico que fue todos los médicos

Galeno, tan grande para la medicina que su nombre designa a los que la ejercen, nació en el año 130 en Pérgamo, una ciudad del Asia Menor, en lo que hoy es Turquía. Su padre era un arquitecto acaudalado, que desde pequeño lo inició en el estudio de diversas artes y ciencias. Apenas terminada la adolescencia se consagró al aprendizaje de la medicina en el templo local del dios de la misma, el Asclepeion. Sus estudios lo hicieron vagar por Esmirna, Corinto y Alejandría, y terminó volviendo a Pérgamo cuando su padre falleció. Fue durante unos años médico de la escuela de gladiadores, y vio en las heridas que tenía que curar las ventanas que le permitían acceder al interior del cuerpo. Las leyes prohibían la disección de cadáveres humanos, y Galeno saciaba su sed de conocimiento de la anatomía disecando animales, entre ellos aves, cerdos y monos. Poco después de cumplir 30 años fue a Roma, la capital del mundo conocido, y allí se estableció. Ya entonces había escrito algunos de los casi 400 textos médicos de los que sería autor a lo largo de su vida, y su dominio de todos los aspectos de su disciplina, desde la asistencia hasta la investigación, hicieron que su fama creciera de tal manera, que sin hacer carrera en la corte, llegó a ser médico del emperador Marco Aurelio. Volvió por pocos años a su ciudad natal (dicen algunos que escapando de la peste antonina, que se introdujo en Roma traída por los soldados de las guerra contra los partos), pero retornó a Roma y se afincó allí hasta el fin de su vida. Cómodo, el cruel hijo y sucesor de Marco Aurelio, y Septimio Severo, el militar que fue emperador tras el asesinato del anterior, también lo tuvieron como médico personal. En el año 191 un incendio destruyó parte de su obra, pero unos 150 documentos han llegado hasta nosotros.

Todo lo que podamos decir sobre su trascendencia es poco. El pensamiento de Galeno dominó la teoría y el proceder médicos de Occidente durante quince siglos. La fuerza y brillantez de su razonamiento, el valor que dio a la observación razonada y a la experimentación no fueron discutidos ni superados hasta terminada la Edad Media. Entendió que la anatomía y la fisiología van de la mano, y desarrolló un cuerpo teórico que explicaba todo o casi todo lo concerniente al funcionamiento del cuerpo. Sin embargo, la pérdida de parte importante de su producción, algunas aseveraciones que en ocasiones desmentían otras antes formuladas por él, que sus conclusiones provinieran del estudio de la anatomía de animales y la combinación con conceptos de otras formas de conocimiento (para Galeno todo médico debía ser también un filósofo) llevaron a que interpretarlo no fuera sencillo. Lo que muchas veces él presentaba como potencial fue asumido por sus seguidores como verdad indiscutible.

La fisiología Galénica no es fácil de entender (¿alguna lo es?). Se suele decir que fue más honrado que comprendido. Como ya mencionamos en otras entregas, también para Galeno tres eran los órganos esenciales: el cerebro, el corazón y el hígado. Tres eran los tipos de vasos que comunicaban esos órganos con el cuerpo: del hígado partían las venas, del corazón las arterias, del cerebro los nervios.

El pneuma (aire, la respiración del cosmos) era modificado en cada uno de los órganos citados y adquiría las propiedades de spiritus (término latino que traducimos como espíritu, y que se refiere a una forma muy sutil de la materia, capaz de animar y dar vida y función a las restantes partes del cuerpo). Tres eran los espíritus que sostenían la vida. En el hígado se formaba el espíritu vegetativo, que era llevado por las venas a todos los órganos del cuerpo. Del espíritu vegetativo dependían la nutrición, la reproducción y el crecimiento, y en particular el funcionamiento de los órganos del abdomen, donde residían los sentimientos relacionados con el deseo. La formación de la sangre tenía su origen en la comida. La parte útil de los alimentos era llevada como quilo desde el intestino hasta el hígado, donde se formaba sangre oscura venosa, que, distribuida por las venas, nutría a los distintos órganos. En cambio, la parte inútil de la comida era convertida en bilis y derivada al bazo. Nunca pudo explicar los mecanismos involucrados.

El tórax era el asiento del espíritu vital, responsable de alentar el latido cardíaco, el pulso arterial y la respiración. El hígado enviaba la sangre a la aurícula derecha a través de la vena cava. En su excursión a la anatomía animal Galeno describió perfectamente la morfología del corazón, sus cámaras y válvulas, pero alternó errores con aciertos en su intento de explicar cómo la sangre pasaba del lado derecho al izquierdo. Supo ver que vía la vena parecida a una arteria (la arteria pulmonar) el corazón enviaba sangre cargada de impurezas a los pulmones, pero erró al sostener que la sangre también pasaba de derecha a izquierda a través de poros en el septum interventricular. En los pulmones el cuerpo se cargaba de pneuma, que mezclado con la sangre llagada desde el corazón derecho, la purificaba. El corazón era la fuente de calor para todo el cuerpo, y a través de las arterias distribuía el espíritu vital. Por eso la ligadura de un miembro hacía que la parte distal empalideciera y se enfriara. La respiración era responsable de enfriar el exceso de calor generado por el corazón. La desaparición del espíritu vital llevaba a la muerte. En el tórax anidaban la ira y la audacia, pero también la desesperanza y el temor. Aunque no lo demostró anatómicamente, intuyó que había comunicaciones entre venas y arterias, porque la sección de cualquiera de esos vasos vaciaba todo el sistema.

Finalmente, en el cerebro se formaba el tercer espíritu, el espíritu animal, responsable de las sensaciones y los movimientos, recibidos y distribuidos a través de los nervios. La imaginación, la razón y la memoria residían en el cerebro. Y es interesante señalar que fue Galeno el que laudó en la discusión sobre la sede de la razón, motivo de polémica: ¿el corazón o el cerebro? Aristóteles sostenía que el corazón, porque la voz, instrumento de la razón, viene del tórax. Pero Galeno demostró que el nervio recurrente controlaba su emisión, y siendo los nervios ramificaciones del cerebro, debía la razón vivir dentro del mismo.

Creía Galeno en el valor terapéutico de las sangrías para casi todas las afecciones, ¡incluidas las hemorragias y la fatiga! Sostenía que la menstruación hacía a las mujeres menos proclives a gota, epilepsia y artritis, y que en general el sangrado liberaba al organismo de materias pútridas e impurezas. Estudió arduamente las propiedades de infinidad de productos animales, vegetales y minerales, y estableció las virtudes curativas de cada uno de ellos, aislados o en combinaciones a las que se dio en llamar preparados galénicos, presentes hasta hoy en día en la terapéutica. Y supo también de venenos y antídotos, de los cuales el que presumía de ser universal tenía 64 componentes.

Galeno escribió sobre todo lo que se relacionara con la medicina, incluyendo cómo debían comportarse los que la ejercían, con sus colegas, enfermos y familiares; desarrolló un sistema fisiológico que como vimos reunía por igual aciertos y errores; y fue sin dudas el más importante médico de la antigüedad. Como bien señala L. Magner en su Historia de la Medicina, que se lo discutiera y se pusieran en entredicho sus enseñanzas a partir de la Edad Moderna solo puede ser entendido como un homenaje a su legado mayor: la enseñanza de que todo debe ser investigado, discutido, experimentado.

Galeno, el médico que fue todos los médicos

Jorge Thierer

Fuentes

L M Magner. A History of Medicine. Taylor & Francis Group 2005.

Una Historia del Corazón. O. M. Hoystad. Ed. Lengua de Trapo y Ed. Manantial, 2008.

Historia de Roma,. I. Montanelli Ediciones Debolsillo, 2016.

 

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