Área de Consensos y Normas –Rev Argent Cardiol 2020;88(Suplemento 5):1-14.
El corazón y las palabras (parte 4)
Salud, enfermedad y muerte
En el ejercicio cotidiano de la profesión combatimos la enfermedad, buscamos restaurar la salud y evitar la muerte.
Salud (del latín salus) remite al adjetivo latino salvus, que significa entero, intacto. La idea de salud, entonces, tiene que ver con integridad, estabilidad y orden. Y si nos remontamos más atrás en el desarrollo del idioma, la raíz indoeuropea *sol vincula la salud con la solidez. De donde “buena salud” suena redundante, y “mala salud” una contradicción insalvable. Saludar es desear al otro que tenga salud.
Enfermo está quien no se encuentra firme, ya que enfermedad proviene de infirmitas (el negativo de firmeza). Esta idea se vincula con lo débil (del prefijo negativo de- y la raíz indoeuropea *bel, que significa fuerza) y con la falta de sostén: de allí que imbécil (del latín imbecillus, aquel que carece de bastón, baculum) fuera inicialmente otra forma de referirse al enfermo. Cuando hablamos de enfermedad pensamos en patología, del griego pathos, que remite a sufrimiento. Del mismo origen son las palabras pasividad y paciente. Y la clasificación de enfermedades es la nosología, del griego nosos, que significa enfermedad, pero también vicio o defecto (remarcando esta valoración negativa del que ha perdido la salud), y que nos lleva también a recordar los nosocomios, donde se cuida a los enfermos. Pensamos en enfermedad y hablamos de morbilidad. Morbus es la palabra latina que la genera, y en su raíz está la raíz indoeuropea *mer, que se vincula con morir, con oscilar o parpadear y también con causar daño.
Finalmente, sanos o enfermos, a todos llega la muerte. A veces, precedida de agonía (del griego agon, lucha), a veces súbita (del latín subire, acercarse desde abajo, penetrar furtivamente). Es lo que revela lo precario (del latín precari, rezar por) de nuestro existir, porque, hagamos lo que hagamos nuestro destino es justamente inexorable (in ex orable, lo que no se alivia orando). A veces será necesaria la necropsia (del griego nekros, muerto, y opsis, mirar, mirar al muerto) a la que erróneamente llamamos autopsia (mirar con los propios ojos).
Morir es sucumbir (de succumbere, dejarse caer sobre algo); también es fallecer (del latín fallere, faltar, abandonar, pero también engañar; de allí falacia y falluto). ¿Nos engañan (porque se esconden de nosotros) o engañaron (porque fingieron que estarían para siempre) los que nos faltan o nos abandonan? Y tras el óbito (de obire, ir) solo queda el cadáver (de cadere, caer), el difunto (de de-functus, el que ha perdido la función; pero también el que ha cumplido con algo, pagado una deuda). Aquel del que, negando la muerte, queriendo hacer de ella el sueño eterno, esperamos que descanse en paz. ¿Y por qué no, si cementerio, que proviene del griego koimeterion, de koimao (me acuesto) significa dormitorio?
Dr. Jorge Thierer
Fuentes consultadas
Joan Corominas. Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana. Editorial Gredos, Madrid, España, 2000.
Ivonne Bordelois. A la escucha del cuerpo. Puentes entre la salud y las palabras .Libros del Zorzal, Buenos Aires, Argentina, 2009.






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