El corazón en la Antigua Grecia: de Homero a la Escuela de Alejandría

La concepción del hombre y la de su corazón fueron variando a lo largo del tiempo en la antigua Grecia. El hombre homérico (siglo VIII a.C.) era un compuesto de órganos casi independientes, una multiplicidad de entidades. Sus sentimiento y pasiones, impulsos externos, realidades externas al yo. Diferentes palabras remitían al corazón, ker, etor y kradie. Pero no significaban exactamente lo mismo, se referían a diferentes campos de fuerza en la región del corazón. Autos era la entidad que abarcaba cuerpo y alma. Psyche, que más tarde significaría el alma tal como la concebimos, era entonces el principio vital que animaba al cuerpo. Cuando llegaba la muerte psyche abandonaba al cuerpo que quedaba entonces convertido en soma, cuerpo muerto, cadáver.

Con los órficos y los pitagóricos se inició el movimiento filosófico que culminaría en Platón, con la visión dualista de la existencia, un alma y un cuerpo bien diferenciados El alma para Platón era tripartita: el deseo radicaba en el bajo vientre, el pensamiento en el cerebro y la voluntad en el corazón. Los órganos se convirtieron en metáforas y objeto de la conciencia.

Y a lo largo de la historia diferentes órganos disputaron el lugar primordial. Así, para los sumerios el centro de la vida residía en el hígado, y lo mismo para los antiguos pobladores de Grecia. Recordemos el mito de Prometeo, que encadenado por haber robado el fuego a los dioses fue condenado a que un buitre le devorara eternamente el hígado. Alcmeón de Crotona (un pitagórico, autor de la primera disección científica de que se tenga historia), e Hipócrates, en cambio ubicaron en el cerebro el sostén de la existencia y la sede de la capacidad de pensar.

Aristóteles (siglo IV a.C.) fue el filósofo del corazón en la antigüedad. Creyó que el corazón era el origen de la sangre y de la vida, y que todos los órganos se formaban a partir del corazón. Según su doctrina, en él residían el alma y la inteligencia, y el alma gobernaba el cuerpo desde el corazón.

Sus enseñanzas fueron discutidas por dos importantes representantes de la escuela de medicina de Alejandría, la ciudad que en Egipto fundó Alejandro Magno más de 300 años antes de Cristo. (Alejandro, que muerto a la joven edad de 33 años, supo decir que moría “con la ayuda de muchos médicos”). En dicha ciudad, la capital del helenismo, desenvolvieron su vida y su carrera Herófilo y Erasístrato, dos celebres anatomistas a los que se acusa de haber logrado su conocimiento no solo con la disección de cadáveres, sino de haber practicado la vivisección, la disección de seres humanos vivos. Con los datos que le aportaba su disciplina, Herófilo descreyó al menos parcialmente de la teoría de los humores de Hipócrates. Creía que cuatro facultades gobernaban el cuerpo: una nutricia, en el hígado y el aparato digestivo; una perceptiva o sensitiva, con sede en los nervios; una racional, en el cerebro, y una fuerza que llevaba calor al cuerpo, centrada en el corazón. Si hasta ese momento se creía que las venas transportaban sangre, pero las arterias solo aire (arteria, del griego aer terein), Herófilo afirmó que por ambos tipos de conductos era sangre lo que discurría. Fue también Herófilo quien rechazó las enseñanzas de Aristóteles al afirmar que la inteligencia asentaba en el cerebro, coincidiendo en ese sentido con Hipócrates.

Erasístrato en cambio mantuvo la hipótesis de que por las venas circulaba sangre y por las arterias aire (pneuma). Según su teoría las venas surgían del hígado y las arterias del corazón, llevando sangre y aire a la periferia para asegurar la nutrición. Había entre venas y arterias conexiones cerradas, colapsadas. Un exceso de sangre acumulada en las venas (la plétora), probablemente originada en comida no digerida, forzaba la apertura de esos canales no visibles al ojo humano y volcaba la sangre en las arterias desplazando al pneuma. Este fenómeno explicaba las enfermedades, al impedir que el principio vital llegara a los órganos. La forma de evitar la plétora era disminuir el aporte de comida, razón por la que diuréticos, eméticos y la privación de alimentos eran parte esencial de su terapéutica. Si bien todas estas asunciones puedan parecer risueñas, debemos a Erasístrato trabajos de disección exquisita de arterias, venas y nervios hasta sus más mínimas ramificaciones. De hecho, sostuvo que esta red de vasos y nervios era la verdadera fábrica del cuerpo, y postuló la existencia del parénquima, material que llenaba el espacio vacío entre dichas estructuras. Describió también acabadamente la anatomía del corazón y las válvulas, y postuló, uno de los primeros, que el corazón podía ser visto como una bomba.

Por último, debemos según la leyenda también a Erasístrato tal vez la primera confirmación de cómo los pensamientos y deseos repercuten en el cuerpo. Cuando uno de los generales de Alejandro, Seleuco, tomó por esposa a Stratonice, no pudo evitar que su hijo Antíoco se enamorara secretamente de su madrastra. Antíoco, atormentado por estos sentimientos que no podía revelar cayó gravemente enfermo. Ningún médico pudo dar con la raíz de su mal, pero Erasístrato observó que en presencia de Stratonice Antíoco palidecía, se sonrojaba, temblaba y su habla se hacía entrecortada (la pintura de Jacques Louis David así lo ilustra). Una demostración de que no solo cuerpos sabía disecar.

Mucho se criticó a los médicos de Alejandría porque su actividad privilegió la investigación sobre la asistencia. Es de lamentar que ninguno de los tratados a ellos atribuidos haya llegado hasta hoy. En la próxima entrega nos referiremos a quien todavía hoy es sinónimo de nuestra profesión, Galeno.

El corazón en la Antigua Grecia: de Homero a la Escuela de Alejandría

Jorge Thierer

Fuentes consultadas

L M Magner. A History of Medicine. Taylor & Francis Group 2005.

Una Historia del Corazón. O. M. Hoystad. Ed. Lengua de Trapo y Ed. Manantial, 2008.

 

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