Actividad Física: ¿Un Tratamiento Coadyuvante a la Vacuna contra Covid-19?

Valenzuela PL, Simpson RJ, Castillo-García A, Lucia A. Physical activity: A coadjuvant treatment to COVID-19 vaccination? Brain, Behaviour and Immunity 2021, https://doi.org/10.1016/j.bbi.2021.03.003

Las vacunas recientemente desarrolladas contra el virus SARS-Cov-2 son una herramienta muy prometedora para la prevención de infección, o al menos sus formas graves, y así lograr inmunidad colectiva y con esperanzas, reestablecer la vida “normal”. Sin embargo, aún hay varios interrogantes sin respuesta con respecto a la eficacia real a mediano y largo plazo en distintos escenarios: la variabilidad interindividual de la respuesta inmunológica, qué factores determinan una mayor o menor respuesta, cuáles de estos son modificables, entre otros tantos. Sin dudas la vida tal como la conocíamos ha cambiado, y de la mano de este cambio, hemos debido adaptar nuestros hábitos a una “nueva normalidad”.

Si bien día a día conocemos más acerca de la COVID-19, no es la primera vez que nos encontramos ante un escenario que nos haya obligado a cambiar dramáticamente nuestro estilo de vida. Y es que precisamente el estilo de vida es en sí mismo un factor modificable cuyo impacto en nuestra salud ya hemos aprendido de la experiencia con otro gran actor en la historia de las enfermedades infectocontagiosas: el virus Influenza. Tal como se observó en los estudios realizados por Wong y cols. en 2019, tanto jóvenes atletas de élite como ancianos que realizaban actividad física de manera regular mostraron una respuesta inmunitaria más pronunciada comparado con los controles luego de la aplicación de las vacunas contra Influenza, con mayores títulos de anticuerpos y recuento de linfocitos T.

Más aún, aquellos que realizaban actividad física sostenida años antes de recibir la vacuna presentaron una respuesta a la vacuna más acentuada constituyendo la evidencia de los efectos protectores del ejercicio físico y de la implementación de otros hábitos saludables (de Araújo et al., 2015; Woods et al., 2009).

¿Pero qué ocurre con quienes no tienen el hábito de realizar actividad física de manera regular? ¿Es tarde? No. Las intervenciones de ejercicio agudo (es decir, una sola sesión de ejercicio) someten a nuestro sistema inmunológico a una situación de estrés agudo que incluso podría actuar como un potenciador o booster de la hipersensibilidad al antígeno inoculado, generando una respuesta humoral más pronunciada (Millán et al., 1996; Silberman et al., 2003). El estrés agudo (físico o mental) antes de la vacunación indujo una respuesta humoral mayor, aunque sólo estadísticamente significativa en las mujeres y posiblemente mediada por IL-6 (Edwards et al., 2006) e IFN-γ (Edwards et al., 2007).

El eslabón poblacional más vulnerable es aquel constituido por el grupo de los ancianos con elevados índices de fragilidad. Y se trata a su vez del grupo con evidencia científica más limitada (Soiza et al., 2021; van Marum, 2020). El fenómeno de “inmunosenescencia” o deterioro gradual de la eficacia de nuestro sistema inmune contribuye al aumento de la morbimortalidad y es inherente al paso del tiempo, aunque podría ser atenuado por los efectos estimulantes vinculados a la actividad física (Duggal y cols., 2019): modulación de las funciones de células NK y linfocitos T dirigidas contra el virus Influenza evitando la acumulación de células “senescentes”, con mayor incremento de células T naives y mediadores como IL-7 e IL-15, lo cual podría reducir el riesgo de infección.

La atenuación de la inmunosenescencia inducida por el ejercicio podría ayudar a mejorar las respuestas inmunitarias a la vacunación al mantener la reserva de células T periféricas y su capacidad para responder a nuevos antígenos de vacunas.

Aún faltan estudios que confirmen si tanto el ejercicio regular como agudo horas previas a la aplicación de la vacuna contra COVID-19 podría mejorar la respuesta inmunitaria, y más aún falta evidencia en los grupos más vulnerables (ancianos, frágiles, oncológicos, inmunosuprimidos). Si bien son prometedores, tampoco han sido confirmados los efectos imunoestimuladores de la actividad física y de la modificación de otros hábitos (alimentación, aspectos psicosociales, etc.) en la función de las células presentadoras de antígenos, protagonistas en las funciones de “memoria inmunológica” de los antígenos después de la vacunación.

Pero no hay dudas de que el ejercicio físico en sí es una herramienta con demostrado beneficio en la salud humana. Cada vez hay más pruebas que respaldan su papel como potenciador de los efectos de las vacunas y la evidencia preliminar con una sólida base fisiológica sugiere que el estrés inducido por el ejercicio agudo antes de la vacunación contra la influenza podría mejorar la respuesta de anticuerpos.

Debemos tener en cuenta que las vacunas desarrolladas contra COVID-19 fueron formuladas en base a técnicas (mRNA encapsulado en lípidos, vectores de adenovirus, etc.) diferentes de aquellas utilizadas contra Influenza (virus inactivados, atenuados o recombinantes) y, por lo tanto, sus beneficios podrían no ser extrapolables.

Más allá de la vacunación, la pandemia actual nos ha enseñado la importancia de las medidas preventivas de estilo de vida. El distanciamiento social, la higiene adecuada y las restricciones en la circulación son necesarios, así como también la alimentación saludable, la atención de otras patologías y comorbilidades, y la actividad física, con un innegable rol preventivo, especialmente en los grupos más vulnerables.

Autores: Dr. Benjamín Litre / Dr. Ignacio Dávolos

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