Miguel Servet, enemigo del dogma

Acostumbrados como estamos a la difusión instantánea de las ideas, y a la facilidad para obtener información sobre lo que deseemos, tal vez nos resulte difícil comprender que trescientos años después del descubrimiento de la circulación pulmonar por Ibn Nafis, a quien nos referimos en la entrega anterior, en Occidente siguieran imperando las ideas de Galeno. El Renacimiento trajo consigo una revolución en el campo de las ideas; Copérnico ubicó al sol donde Ptolomeo veía a la Tierra, y si el centro de la bóveda celeste se ponía en discusión, era esperable que también el hombre, su orden y constitución entraran en controversia, y que el edificio de la anatomía y fisiología Galénica empezara a resquebrajarse.

La historia que vamos a relatar es la de Miguel Servet. Era español, nacido en Villanueva de Sigena en 1511. Desde muy joven dio muestras de tener pensamiento independiente. Como paje del confesor de Carlos V viajó a España y Alemania, y con solo 20 años publicó su tratado Sobre los errores de la Trinidad, en la que ponía en discusión ese dogma central del Cristianismo. Afirmó que el Hijo no era eterno, pues había sido engendrado; negó la existencia del Espíritu Santo como un componente de la Trinidad, y en fin, comparó a la Trinidad misma con tres fantasmas, o las tres cabezas de Cerbero, el perro que guardaba la entrada del infierno mitológico de los griegos, el Averno.

Viéndose en peligro por la persecución de la Inquisición, se estableció en París y cambió su nombre por el de Michel Villanovanus (recordemos que su ciudad natal era Villanueva). Se consagró al estudio de la medicina, y dio nuevas muestras de su espíritu rebelde al defender, contra la doctrina cristiana, la influencia de las estrellas en los acontecimientos futuros. La amenaza de la excomunión hizo que nuevamente se llamara a silencio. Sosteniéndose con el ejercicio de la medicina y dando clases de matemática, geografía y anatomía, Servet dedicó gran parte de su tiempo a escribir la obra que lo llevaría a la muerte. La Restitución del Cristianismo era un tratado religioso, pero como toda obra de esa índole en una época en que la religión presumía de poder dictar cómo era el mundo y cuáles las leyes de la naturaleza, tocaba entre otros, temas vinculados con la medicina.

Como recordaremos (puede ser útil releer la entrega de esta serie a él dedicada), Galeno supo ver que vía la vena parecida a una arteria (la arteria pulmonar) el corazón derecho enviaba sangre cargada de impurezas a los pulmones, pero erró al sostener que la sangre también pasaba de derecha a izquierda a través de poros en el septum interventricular. El espíritu vital se formaba en el ventrículo izquierdo con la mezcla del aire llegado desde los pulmones y la sangre que arribaba desde el lado derecho del corazón. En el libro V de la Restitución Servet discutió esta concepción: rechazó la existencia de los poros invisibles, y afirmó que la sangre procedente del ventrículo derecho llegaba a los pulmones por la arteria homónima, y allí era donde se “aireaba”. Era allí donde adquiría el color rojo característico de la sangre arterial, y era allí donde se libraba de impurezas mediante la espiración. ¿Por qué este interés de Servet en la circulación de la sangre? Porque desde el punto de vista religioso, y tal como dice el Levítico, “la vida de la carne está en la sangre”, y para entender el Espíritu Divino es menester entender cómo el espíritu vital se constituye en el cuerpo. Y aunque había estudiado medicina, la motivación de Servet no era, como la de Ibn Nafis que lo precedió, ni como la de Realdo Colombo (un anatomista italiano que pudo presumir de descubrir la circulación pulmonar en 1545, porque desconocía los escritos de Servet, como Servet nunca había leído la obra precursora del árabe) de índole médica; era eminentemente religiosa. Sin duda, de habérsele pedido una definición de sí mismo, hubiera contestado que era un teólogo.

Un error fatal cometió Servet. Había trabado relación epistolar con Calvino, el reformador protestante que postuló la Biblia como única fuente de autoridad y la Fe como único medio de lograr la salvación. Confió en él; creyó que podría discutir con él sus ideas sin correr peligro. En 1546 le envió una versión inicial de su Restitución. Sus postulados sobre la Trinidad, el bautismo (se oponía al bautismo infantil, sosteniendo que debía ser un acto adulto y decidido conscientemente), sus opiniones revulsivas sobre el dogma eran más de lo que Calvino podía soportar: envió a Servet una copia de un tratado de su autoría, que el español le devolvió lleno de críticas y réplicas anotadas en los márgenes. El intercambio se suspendió, pero cuando en 1553 finalmente la Restitución del Cristianismo se publicó y la Inquisición de Lyon inició juicio contra Servet, Calvino contribuyó a su condena, al presentar las cartas con opiniones heréticas que de él había recibido. Servet escapó, y fue condenado a muerte en ausencia. Su efigie fue quemada en acto público. Solo un adelanto de su suerte, porque pocos meses después reapareció en Ginebra, donde Calvino imperaba con mano de hierro. Reconocido por alguien al asistir a la mismísima iglesia donde predicaba el Reformador (podemos ver en cada uno de los actos de Servet inconsciencia pasmosa o valentía sin parangón), fue nuevamente juzgado y por voluntad de Calvino condenado a morir en la hoguera, quemado junto con todas las copias de su libro. Según algunos historiadores, solo tres ejemplares sobrevivieron. Varias grabados y estatuas (entre ellas la de Aspirant Dunant en París al final de la nota) rememoran ese momento.

El 27 de octubre de 1903 un monolito fue erigido en Ginebra. Dice la piedra: “Hijos respetuosos y reconocedores de Calvino, nuestro gran reformador, pero condenando un error, que fue el de su siglo, y firmemente apegados a la libertad de conciencia según los verdaderos principios de la Reforma y del Evangelio, hemos erigido este monumento expiatorio”.

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Jorge Thierer

Fuentes consultadas

L M Magner. A History of Medicine. Taylor & Francis Group 2005.

Miguel Servet fue quemado vivo hace 460 años

Leopoldo Cervantes Ortiz. Juan Calvino. Su vida y su obra a 500 años de su nacimiento. Clie 2009.

 

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