El bajo nivel socioeconómico reduce 2 años la expectativa de vida

Por Alejandra Folgarait

[column col=”1/3″]El bajo nivel socioeconómico reduce 2 años la expectativa de vida[/column]

Tras la firma de un acuerdo en 2011, la mayoría de los países del mundo se comprometió a disminuir un 25% la mortalidad por enfermedades no transmisibles para el año 2025, a través de la reducción de factores de riesgo conocidos, como el alto consumo de alcohol, el tabaquismo, el sedentarismo, la hipertensión, la obesidad y la diabetes. Sin embargo, el objetivo 25×25 trazado por la Organización Mundial de la Salud no incluyó entre sus aspiraciones modificar el factor socioeconómico, vinculado con muchas de esas enfermedades y muertes. La pobreza y los trabajos poco calificados, sin embargo, pueden tener un impacto significativo en la mortalidad prematura por enfermedades crónicas, incluyendo las cardiovasculares.

Recientemente, un estudio calculó cuál es la influencia de este factor en las enfermedades crónicas y encontró que el 20% de la mortalidad prematura se puede atribuir al bajo nivel socioeconómico, comparado con el 30% debida al tabaquismo y el 25% vinculada con el sedentarismo. Los investigadores sugirieron que la “adversidad socioeconómica” debería ser incluida como un factor de riesgo modificable en las estrategias y políticas de salud.

El trabajo, publicado en The Lancet, consistió en el meta-análisis de 48 estudios con información sobre el estatus socioeconómico que incluían a más de 1,7 millones de personas de ambos sexos de 7 países con altos ingresos (Gran Bretaña, Francia, Suiza, Portugal, Italia, Estados Unidos y Australia). El estatus socioeconómico se calculó en base a la posición ocupacional. Dentro del nivel ocupacional bajo se incluyó a trabajadores administrativos y de ventas de niveles bajos y a obreros (con y sin calificaciones).

Encabezado por Silvia Stringhini, de la Universidad de Laussane, en Suiza, el meta-análisis reveló que la asociación entre el bajo estatus socioeconómico y la alta mortalidad es tan fuerte como la que existe entre las muertes prematuras y los factores 25×25. De hecho, los sujetos con baja posición ocupacional tuvieron un riesgo más alto de morir que los de alto nivel ocupacional. Y el efecto de la baja posición ocupacional en la mortalidad fue mayor que el de la obesidad, la hipertensión y el alto consumo de alcohol.

La esperanza de vida parcial a los 40 años resultó reducida en más de dos años en hombres y mujeres debido a un bajo nivel socioeconómico. La inactividad física, el tabaquismo y la diabetes superaron el riesgo de un bajo nivel socioeconómico (2,4; 4,8 y 3,9 años vs 2,1 años de reducción de esperanza de vida). En cambio, la presión sanguínea elevada, la obesidad y el alto consumo de alcohol redujeron menos la expectativa de vida que el bajo nivel socioeconómico (1,62; 0,7 y 0,5 años vs. 2,1 años menos de vida).

“Las circunstancias sociales y económicas pobres parecen matar gente en la misma proporción que lo hacen factores de riesgo poderosos como la hipertensión y la obesidad”, subrayó Silvia Stringhini. “En tanto estas circunstancias son modificables, deberían ser incluidas en la lista de factores de riesgo atacados por las políticas de salud globales”.

“El estudio de Lancet es un esfuerzo interesante para poner los factores socioeconómicos, un factor de riesgo olvidado, en el tapete de discusión de los médicos practicantes”, evalúa Hernán Doval, director de la Revista Argentina de Cardiología (RAC). “Es un meta-análisis correctamente hecho con la información que hay actualmente y solamente tomando como condición socio-económica a tres distintas funciones en el trabajo”, aclara el especialista de la SAC.

Para el cardiólogo y epidemiólogo Alejandro Macchia, “el estudio de Lancet es irreprochable metodológicamente, aunque utiliza como indicador socioeconómico sólo nueve categorías europeas de ocupación y deja de lado a los desocupados”. Para el investigador de la Fundación GESICA, “el trabajo publicado sólo confirma lo que ya sabíamos: la pobreza mata gente, pero es un dramático llamado de atención sobre la discusión 25×25”. En este sentido, insiste el cardiólogo, “tenemos que recordar que no hay solamente enfermedades sino poblaciones que sufren enfermedades y que no tienen acceso al tratamiento”.

Brecha argentina

Si bien el nuevo estudio se realizó en países desarrollados y el nivel socioeconómico se analizó solamente según la ocupación (y no los ingresos), el impacto negativo de la pobreza también se observa en otras regiones del mundo. En la Argentina, un estudio publicado en 2015 en la Revista Argentina de Cardiología reveló que, si bien la tasa de mortalidad prematura por todas las causas y las muertes cardiovasculares disminuyeron entre 2001 y 2011, la brecha entre la condición socioeconómica y la muerte prematura se incrementó en el país durante esos años.

Según el estudio de Alejandro Macchia, Hernán Doval y sus colegas, en todos los años considerados se evidenció una relación lineal creciente entre la condición socioeconómica (medida por el porcentaje de necesidades básicas insatisfechas) y la tasa estandarizada de muerte y muerte cardiovascular. “Todos los años, alrededor de 5.500 personas menores de 75 años mueren prematuramente de causa cardiovascular en la Argentina por el solo hecho de padecer el factor de riesgo de “no pertenecer” al 20% de la población con mejor estado económico y social”, concluyeron los autores del trabajo.

Otro estudio del grupo GESICA, publicado en 2016, reveló que las comunas del sur de la ciudad de Buenos Aires fueron las zonas con mayor desigualdad social y sanitaria de la Argentina entre los años 2000 y 2010. “Aunque la inequidad social tuvo un impacto significativo en la muerte prematura en toda la Argentina, la ciudad de Buenos Aires se mostró como la región más desigual”, señalaron los investigadores. Por ejemplo, la probabilidad de morir resultó tres veces mayor para alguien que vive en Soldati o Lugano que para alguien que habita en Belgrano o Núñez, según Macchia.

Doval subraya que en muchos países del mundo está poco investigado cuánto contribuye la situación socio-económica a la salud. “Los cardiólogos deberían reconocer que están tratando personas que tienen un contexto determinado y, dentro de ese contexto, la estructura y las características sociales influyen en el resultado de su salud y enfermedad”, apunta Doval.

Por su parte, Macchia dice que “las sociedades médicas no deberían pensar en enfermedades y medicamentos sino en términos de acceso y derechos”. Según el investigador, “está bien discutir los 25×25, pero hay que recordar que no se trata de condiciones sino de gente. Tenemos que dar visibilidad al vulnerable”.

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